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Una obra de misericordia para comprar un milagro


No se si es por mi aspecto grunge, o porque mi rostro inspire confianza (o compasión, a saber), lo cierto es que a veces se llegan a mí personas con las intenciones más insospechadas. Por supuesto, también policías pidiéndome el DNI, pero ese es otro cantar.

Esta misma mañana viví una situación de esas. Entraba yo a la parroquia para hablar con un sacerdote, cuando al no verle decidí esperar en los bancos, y aproveché para orar. He aquí que se acerca una señora, de unos sesenta y pico años (no más), y me pregunta si conocía a alguien que no tuviera dónde vivir, para ofrecerle su piso. Me quedé a cuadros, sin poder reaccionar, como cuando te preguntas: "¿realmente ésto me está ocurriendo a mí?". La primera reacción que sentí fue la de alzar mi mano y decirle: "¡yo, yo!". Pero me contuve, me dije: "espera, espera, no te dejes llevar por la emoción que ya tienes unos años como para creer en fantasías".




Así que decidí saber más, y le pregunté:
- ¿Por cuanto tiempo?

Claro, una cosa es que te dejen vivir en una casa "por el morro", y otra muy diferente es que te digan: "vente esta tarde a tomarte un café". En ambos casos la invitación es parecida, pero no es la misma. Así que la señora me respondió: "era para dejar a alguien venir a dormir por dos días, alguien que no tenga casa".

La cosa cambiaba. Ya no era ofrecerme su casa, ni quedarse en su casa, sino dormir dos días. Un poco decepcionado pero con interés por saber qué era lo que podía mover a una persona a hacer ese tipo de ofrecimientos a un completo desconocido, decidí retenerla para que me contara un poco sus motivos. Al principio no parecía interesada en contarme sus motivaciones (me parecía muy llamativo el que alguien se prestase a dejarte su casa por un par de días, y no quisiera sin embargo decirte sus motivos). Pero al final creo que le inspiré la suficiente confianza como para que me los dijera.

La señora tenía una hija con cáncer, su intención era hacer una obra de caridad, acoger a alguien necesitado para que, a cambio, Dios curase el cáncer de esa chica. A pesar de que le dije que eso "no era tan sencillo ni funcionaba así", ella se molestó y parecía firmemente convencida de que, si hacía esa obra de caridad, el Señor obraría ese milagro. Ya sabéis que hay mucha gente que aún sigue haciendo -no se por qué- este tipo de "pactos" o "proposiciones" con Dios, que suelen llamarse habitualmente "promesas", que carecen totalmente de sentido y de fundamento.


Me hubiera gustado decirle que las obras de caridad (acoger a viajeros, emigrantes y sin techo es una de las obras que, en la Biblia, más llegan al corazón de Dios) no funcionan como un "intercambio de favores". Cierto que la obra sigue siendo valiosa, pero no debería usarse como un "yo hago esto y el Señor me hace esto otro a mí", eso es instrumentalizar a Jesucristo e incluso, si me apuras, hacerle una ofensa al Señor. O sea que en realidad puede que solo esté añadiendo mas pecados a sus pecados. Repito que la obra de caridad está bien pero, como en todo, Dios se fija principalmente en las intenciones. Recordemos cómo, en el pasaje del Evangelio (Lucas, 21), Jesús alababa el gesto de la viuda que solo podía dar unas monedas, en lugar de aquellos que daban como limosna mucho más dinero. Si haces una obra para "pagarle a Dios un favor", amigo, te equivocas.

No quiero prejuzgar a nadie, y menos aún a esa señora que parecía de tan buen corazón, pero lo primero, si tienes un sitio dónde acoger a pobres, no deberías esperar a que tu hija enferme para ofrecerlo, deberías hacerlo siempre y en todo momento, porque los pobres, y los sin techo, no esperan a pasar necesidad cuando a ti te apetezca o cuando a ti te venga bien hacer una favor, sino que necesidad la pasan siempre.


Lo segundo, si a cambio de dos noches "gratis" esperas forzar a Dios a hacer que tu hija sane, no has entendido nada de las Escrituras. Si quieres hacer obras de caridad hazlas todos los días, y da no de lo que a ti no te guste o de lo que no quieras, sino de lo que necesites. Dar de nuestras sobras eso no es obra de caridad, eso es casi un favor que nos hacen a nosotros los más pobres para quitarnos de delante lo que no queremos o lo que nos estorba. Es decir, que con obras de esa índole no solamente no estamos haciendo caridad, sino que aumentamos nuestra deuda para con Dios y nuestro egoísmo.

Si tienes un sitio, una casa, dinero o cosas que dar, hazlo todos los días, hazlo siempre, hazlo constantemente y hazlo de corazón. Esperar a que Dios nos ponga en el límite y contra las cuerdas es ser egoísta. Es no haber entendido nada. Es ser miserable.

Los pobres no esperan a que a ti te apetezca o a que tu hija enferme para pasar frío o hambre, lo sufren siempre, y si tu bondad no sale de un corazón bondadoso, para Dios será "como ni fú, ni fa". A ver cuando de una puñetera vez todos, cristianos y no tan cristianos, nos damos cuenta de esto.


Me recuerda a esos lotes de comida, cuando acudía a Caritas, que depositaba la gente: ellos iban al supermercado y donaban alimentos de marcas blancas para llevárselos a las organizaciones benéficas, de marcas como DIA o Aliada, cuando para ellos los cogían luego en el estante de las marcas de renombre. Si de verdad quieren hacer obras de caridad, debería ser justo al revés: las marcas blancas deberían ser para ellos, y las mejores marcas de alimentos, para donar a los pobres.

¡Cuan ciegos estamos! Y lo peor es que, encima, ¡no queremos ver!

En su desesperación esta señora solamente estaba empeñada en hacer esa obra: dos días de cama caliente para un marginado, a cambio de la curación del cáncer. ¡Si esto funcionase así, las camas de los particulares estarían llenas de mendigos! Se fue, buscando alguien a quien hacerle esa propuesta. Como me daba pena verla por ahí preguntando, le dije que acudiera al hogar del transeúnte y se lo propusiera a las monjitas, que al menos así se evitaba andar parando a mendigos por ahí, y perdiendo el tiempo. Me dio las gracias y se fue con su favor bajo el brazo. Una cama a cambio de la curación del cáncer. Por supuesto, decidí dejar de ver al sacerdote al que había ido a buscar, y me quedé en la iglesia orando por ella, y por su hija, cuya madre estaba tan desesperada que buscaba a pobres para comprar el corazón de Dios. Apiádate de ellas, y de nosotros, Señor, porque no sabemos lo que hacemos y, en lo poco que hacemos, erramos.